Objetivo del tema: Pedirle a
Dios, en el Nombre de Jesús, Mesías, que cumpla la promesa de enviarnos su
Espíritu Santo, y, seguros de haberlo recibido, alabarlo y bendecirlo.
Dios siempre
cumple lo que promete. Él nos ha prometido su Espíritu Santo para renovar
nuestro corazón y ha llegado la hora en que el cumpla su promesa. Él es fiel y
no puede fallarnos. Es más fácil que se acabe el cielo y la tierra a que el
deje de cumplir su promesa.
Vamos a explicar
cómo disponemos a recibir el Don de Dios que Jesús va a enviar sobre nosotros.
Sin embargo, debe quedar bien claro que no se trata de una técnica o método
mágico. No. Dios hace las cosas como Él quiere y Él ya ha planeado desde toda
la eternidad cómo nos va a enviar su Espíritu Santo en esta ocasión. Incluso,
el Espíritu puede irrumpir en nuestro corazón antes de terminar la presentación
de este tema, como le pasó a Cornelio y su casa cuando Pedro les predicó: Hech
10,44; 11,15.
La primera
actitud que debemos tener es de fe: certeza de que Dios va a cumplir lo
prometido, dando su Espíritu Santo a todos los que con corazón abierto se lo
pidan. No venimos aquí para ver si Dios nos da su Espíritu. Estamos aquí porque
nos lo va a dar. Él lo prometió y no puede fallar. Es más, está garantizado.
Garantizado por la misma palabra de Jesús, por su muerte y resurrección.
Fiel es el que os
llama y es Él quien lo hará: 1 Tes 5,24.
Ciertamente no
debes estar pensando: yo no merezco el Don del Espíritu Santo. Ninguno de
nosotros lo merece. Pero Cristo Jesús, Hijo Amado del Padre, lo mereció por ti
y quiere regalártelo. Él, con su muerte y resurrección, lo ganó para ti y ahora
te lo ofrece.
Tampoco debes
decir: Yo no soy nadie para pedir el Espíritu Santo. Es cierto. Tú no eres nadie
para pedirlo. Pero hoy tú no lo vas a pedir. Es Jesús quien lo va a pedir por
ti, para ti. Tú lo vas a recibir. No necesitas pedirlo. Cristo Jesús, a quien
el Padre siempre escucha y da todo cuanto pide, es el que va a pedir Espíritu
Santo para ti este día. No pienses en ti, piensa en Cristo Jesús.
¿Cuánto cuesta el
Espíritu Santo?
El que tenga sed que se acerque, y el que quiera
que reciba gratuitamente el Agua de Vida: Ap. 22,17.
La recepción del
Espíritu Santo no depende de nosotros ni de nuestros méritos. Ni siquiera de
nuestra preparación. Nadie puede estar preparado para recibir al Espíritu de la
Promesa. La donación del Espíritu depende sólo de Jesús. Sólo el Mesías, que
está lleno de Espíritu Santo, puede darlo a quien se lo pida. El Espíritu Santo
no viene porque seamos santos, sino para que seamos santos. El Espíritu Santo
no viene porque nosotros seamos buenos, sino porque Dios es bueno y cumple sus
promesas.
Por otro lado, tú
no debes decidir y planear cómo va a ser tu experiencia cuando venga a ti el
Espíritu Santo. A ti no te toca decidir cómo va a suceder. Dios, desde toda la
eternidad, planeó con sabiduría y amor cómo te iba a tocar este día con su
Espíritu. Tú no debes ponerle condiciones a Dios y limitar su acción,
diciéndole: yo quiero tener la experiencia que tuvo mi hermano, mi amigo o tal
persona al recibir la efusión del Espíritu. No. Eso no depende de ti. Depende
de Dios que te conoce y sabe cómo te bendice. No le pongas tampoco ninguna
barrera. Déjalo que Él se manifieste como Él quiera. No debes promover tu
emocionalismo, pero tampoco debes reprimir tu emotividad, porque ciertamente
algo grande e importante va a suceder hoy en tu vida. No te preocupes por la
envoltura del regalo. Lo más importante es el Don del Espíritu Santo que vas a
recibir. Lo esencial no es lo que sientas o no sientas: lo fundamental es que
hoy vas a recibir una nueva efusión del Espíritu de Dios que va a cambiar tu
vida. La única prueba de que recibiste el Espíritu Santo es el cambio de vida
que comenzarás a experimentar. La prueba de que recibiste el Espíritu Santo no
es si sentiste bonito, lloraste o hablaste en lenguas.
La prueba de que
recibiste el Don de Dios es que desde hoy tendrás una paz y una seguridad como
nunca la habías tenido en tu vida. Comenzarás a amar de una manera distinta.
Estarás capacitado para apartarte de todo pecado y revestido de un poder de lo
Alto para testificar a Cristo; gusto por la oración y hambre por la Palabra de
Dios. Y sobre todo, una presencia de Dios en tu vida que no se aparta de ti.
Cristo, que comienza a vivir de una manera nueva por su Espíritu en tu vida.
La actitud
primordial no debe ser la de entregarte a Dios, debe ser la de recibir. Recibir
a Dios, recibir el Don del Espíritu. No eres tú quien va a ir a Dios. Va a ser
Dios que va a venir a ti. Más que una actitud activa, debe ser pasiva: dejar
hacer al Señor lo que Él quiera. Todo corre por su cuenta. Abandónate en sus
manos.
Tu corazón debe
estar en paz y tranquilidad. Sin miedo ni ansiedad. Sin nerviosismo o temor.
Simplemente va a ser un abrazo del Dios amoroso que es tu Padre. Sólo déjate
amar y llenar por Él. Lo demás corre por su cuenta. No te vayas a distraer
contigo mismo o con los demás. No te veas a ti mismo; no pienses en ti. Ve a
Jesús, piensa en Él. Muchas tentaciones podrás tener de distraerte, pero toda
tu atención debe estar centrada en el Señor Jesús. Aunque la persona que está
junto a ti llore o se desmaye; aunque temblara o se cayera la pared de atrás;
tú no te distraigas. A los hermanos que lo necesiten, se les atenderá. Tú no
los vas a atender. Tú atiende al Señor Jesús. Algunos pueden recibir el Don del
Espíritu de una manera suave, como una brisa; otros de una manera más fuerte,
como un viento impetuoso. Tú no preguntes por qué. Simplemente deja que el
Señor haga la obra como Él quiera.
Nuestra actitud
central es la de fe. Estar seguros de que el Señor va a cumplir su promesa. Va
a ser el mismo Mesías quien va a pedir a su Padre, el Espíritu Santo para cada
uno de nosotros. La oración es la oración de Jesús; en su Nombre. Por eso,
estamos seguros de que vamos a recibir el Don de Dios. Nosotros, pues, no lo
vamos a pedir. Nosotros lo vamos a agradecer. Nuestra oración será la acción de
gracias y alabanza a Dios que ha cumplido su Promesa. Esta oración de alabanza
y acción de gracias la haremos en voz alta cada uno, abriendo nuestro corazón,
y si el Señor quiere, nos dará también el poder alabarlo con sonidos inefables
que nosotros no comprendemos pero que son la oración en el Espíritu de la que
nos habla el Nuevo Testamento. Estemos, pues, también abiertos a este don de
oración en lenguas que el Señor frecuentemente da con la efusión del Espíritu.
Dios nos va a
inundar con el Agua Viva de su Espíritu Santo. Nos sumergirá en el océano de su
Amor y su Poder. Pero, nos puede pasar como a esas botellas que flotan en el
mar. El agua la rodea por todas partes, pero no entra porque tienen un tapón
que no permite que el agua llegue a lo más profundo. Para que esto no nos
suceda es necesario quitarnos el tapón que impide se realice el plan de Dios.
Ese tapón es el pecado y todo rencor y resentimiento que hay en nuestro
corazón.
Antes de pedir al
Padre en el Nombre de Jesús que nos envié su Santo Espíritu, vamos a quitar de
nuestro corazón cualquier obstáculo que impida que el Espíritu se derrame en
nuestro corazón como un río de Agua Viva.
El obstáculo que
tenemos es la falta de amor. Cualquier odio, resentimiento o rencor que exista
para con algún hermano nuestro, es una barrera que está deteniendo el Espíritu
Santo fuera de nosotros. Perdonemos, pues, las ofensas, como Dios nos ha
perdonado a nosotros:
Oración de perdón de ofensas
En la siguiente
oración, se pueden cerrar los ojos, para ir trayendo a la imaginación a cada
una de las personas que se vaya nombrando.
* Perdono a mis
padres porque no me dieron todo el amor y la atención que yo necesitaba. Les
perdono las veces que me hicieron a un lado, los castigos injustos, los golpes
y gritos con que me hirieron. Les perdono también su silencio e indiferencia
para conmigo. Les perdono las veces en que se gritaron y pelearon delante de
mí. Les perdono sus incomprensiones o preferencia por otro de mis hermanos.
-- Papá, mamá, yo
les perdono de todo corazón con el mismo perdón de Cristo. Que Dios te bendiga,
papá; que Dios te bendiga, mamá. Yo les doy el abrazo de la paz y la
reconciliación.
* Perdono a mis
hermanos por todas las veces que no me tomaron en cuenta. Por hacerme a un lado
en sus juegos y diversiones. Porque a mí no me tenían la misma confianza que a
sus amigos, por las veces que se aprovecharon de mí y por las veces que me
acusaron delante de mis padres.
-- Hermano, yo te
perdono de todo corazón con el mismo perdón de Cristo. Que Dios te bendiga,
hermano. Yo te doy el abrazo de la paz y la reconciliación.
* Perdono también
a mis compañeros de escuela por todas las burlas que hacían de mí y de mi
familia. Los perdono completamente. Perdono al compañero que me golpeaba, al
que me puso aquel apodo que no me gustaba. Perdono a todos los que se reían y
burlaban de un defecto físico o de mi manera de ser.
-- Compañeros de
escuela, yo les perdono de todo corazón como Cristo me ha perdonado a mí. Que
Dios los bendiga a todos en estos momentos. Yo les doy el abrazo de la paz y la
reconciliación, especialmente a quien más me ofendió.
* Perdono a mis
profesores y maestros por las veces que me humillaron delante de mis
compañeros, por sus reprensiones o calificaciones injustas. Por no haberme
apoyado o ayudado. Por los complejos que en mí crearon con sus actitudes.
Porque me hicieron sentir que no me querían; yo los perdono.
-- Maestros y profesores,
Cristo, a través de mí, los perdona de todo el mal que consciente o
inconscientemente hicieron en mi vida. Que Dios los bendiga a cada uno de
ustedes. Yo les doy el abrazo de la paz y la reconciliación.
* Perdono
igualmente a mis jefes y superiores que no reconocieron lo que yo era y hacía.
Les perdono sus favoritismos y arbitrariedades; porque nunca me dieron un cargo
de verdadera responsabilidad, por las veces que fui víctima de sus injusticias
y de sus burlas. Les perdono el abuso de autoridad que tuvieron conmigo. Sus
presiones y chantajes.
-- Jefes y
superiores, con la autoridad de Cristo yo los perdono de todo corazón. Que Dios
los bendiga abundantemente a todos ustedes. Yo les doy el abrazo de la paz y la
reconciliación.
* Perdono al
novio, novia que hirió mi corazón, dejándolo lastimado y desconfiado. Perdono
al que se burló de mí y me usó como un mero pasatiempo en su vida. Perdono a
él, ella, que no supo corresponder con amor a mi amor.
-- Yo te amo
ahora con el amor de Cristo. Por eso, te perdono de todo corazón. Que Dios te
bendiga. Yo te doy el abrazo de la paz y la reconciliación.
De acuerdo a las
circunstancias se puede añadir el perdón a otras personas:
— Esposo (a),
abuelos, tíos o tutores.
— Familia
política y parientes cercanos.
— A quien nos ha
robado, injuriado o difamado.
— A sacerdotes,
monjas y clero en general.
— También hay
"algunas" personas que guardan un resentimiento para con Dios y no le
han perdonado la muerte de un ser querido, un defecto físico o la pérdida de un
miembro propio o ajeno.
— Otros, tampoco
se han perdonado a sí mismos una falta, un pecado o error.
-- Yo perdono a
todos los que me han ofendido. En el Nombre de Cristo renuncio a todo odio,
rencor y resentimiento que exista en mi corazón. De una manera especial en
estos momentos perdono a la persona que más me ha ofendido, que más mal me ha
hecho. La perdono de todo corazón y para siempre con el mismo perdón que Cristo
ha tenido para conmigo. Pienso en esta persona y veo a Cristo junto a ella.
Cristo la bendice y la abraza. Yo también la abrazo y le doy el perdón que
Cristo ha tenido para conmigo.
.-.-.-.-.-.-
Ahora, seguros de
que no hay ningún obstáculo en nuestro corazón, nos abandonamos a Cristo para
que Él haga la oración y le pida a su Padre el Espíritu Santo prometido para
cada uno de nosotros. En esta oración está muy cerca María, como estuvo en
aquel primer Pentecostés con los discípulos de Jesús. Ella está al lado de cada
uno de nosotros.
Como signo de
apertura al Señor se ponen de pie los que libremente quieran recibir hoy la
Promesa del Padre. Es Jesús, y sólo Jesús, quien da este Espíritu Santo. Pero
como signo de amor y solidaridad, algunos hermanos estarán junto a cada uno de ustedes,
para unirse a la oración de Jesús pidiendo Espíritu Santo y a la acción de
gracias de cada uno de ustedes por el Don recibido. Ellos impondrán sus manos
sobre la cabeza de cada uno de ustedes, y si el caso lo requiere, podrán
ayudarlos a abrirse al Don del Espíritu y a cualquiera de sus manifestaciones.
Los que quieran esta ayuda de los hermanos abran sus dos manos levantándolas en
alto.
[Con el signo de
la imposición de las manos, el cual no quiere significar otra cosa que la
solidaridad y comunión en la oración, se ora por cada uno de los hermanos, a
los cuales se les invita a comenzar a dar gracias a Dios por el Don recibido y
que no pongan resistencia al don de lenguas, por si el Señor quiere dárselos,
ya que es frecuente recibirlo en estos momentos.]
ORACION A JESUS MESIAS PIDIENDO ESPIRITU SANTO
(Es mejor que sea
espontanea, pero más o menos con los siguientes elementos)
Jesús, Señor de
los cielos y tierra, creemos que moriste en la cruz por nuestros pecados. Pero
que Dios te resucitó y estás vivo para nunca más morir. Que el Padre te ha dado
todo poder en el cielo y en la tierra. Estamos seguros de que todo lo que pides
al Padre, Él te lo concede. Permítenos tomar tu Nombre Santo que está sobre
todo nombre, y en tu Nombre con tus méritos, pedirle al Padre que derrame
abundantemente su Espíritu sobre nuestros corazones. Padre Santo, en el Nombre
de Jesús, el Mesías, el Hijo de tus complacencias, a quien no le niegas nada,
danos tu Espíritu Santo. Él lo prometió. Danos, Padre, una nueva efusión de tu
Espíritu que transforme todo nuestro ser y nos haga criaturas nuevas en Cristo
Jesús para tu gloria.
Jesús, sabemos
que tú estás lleno de Espíritu Santo. Abre tu corazón y llena el nuestro con tu
Santo Espíritu que nos santifique y nos transforme.
Espíritu Santo,
ven a cada uno de los que aquí estamos. Llénanos de ti. Inúndanos, bañanos,
purifícanos, santifícanos y transfórmanos. Ven y haz de nuestro corazón un
Templo vivo donde habites por siempre. A continuación, viene la oración
personal sobre cada uno de los que manifiestan quererla. Durante esta oración
sugerimos lo siguiente:
— La persona
sobre la que se ora pidiendo el Espíritu Santo permanece en alabanza,
repitiendo en voz alta su oración. Esto facilita el recibir el don de lenguas,
cuando Dios lo quiere conceder. Orar con el signo de solidaridad de imponer las
manos sobre la persona.
— La oración se
debe centrar en un solo motivo: que Dios derrame una nueva efusión de su
Espíritu. Sugerimos que aquellos que tienen el don de lenguas oren en lenguas.
COMENTANDO SOBRE LA EFUSION DEL ESPIRITU
A esta efusión
del Espíritu generalmente se le llama "Bautismo en el Espíritu
Santo". En otros lugares "Renovación del Espíritu" o
"Release of the Spirit". También se le llama "Renovación del
Bautismo en el Espíritu Santo" (aquí el termino Bautismo en el Espíritu
Santo se entiende como la iniciación cristiana a través de los sacramentos de
iniciación). También se le denomina "La efusión del Espíritu" o
simplemente, para no absolutizar: "Una efusión del Espíritu".
Ningún término es
completo para expresar la realidad que dicha experiencia encierra. Tampoco es
mi intención justificar alguno de ellos. Yo he usado sobre todo "Efusión
del Espíritu" porque es el más abierto y acorde con la terminología
tradicional de la Teología en la Iglesia Católica.
Con "el
Bautismo en el Espíritu Santo" o "Efusión del Espíritu" sucede
como con todo tipo de fenómeno espiritual o místico. Primero se vive la
experiencia del fenómeno; luego se trata de explicar con aproximaciones, imágenes
o analogías; y por último, se va precisando en un lenguaje teológico apropiado.
Así, la primera vez que el Papa Pablo VI habló sobre la experiencia de la
Renovación el 10 de octubre de 1973 se limitó más a describirla por sus frutos
que a definirla.
Lo cierto y más
importante de esta experiencia es que algo especial pasa en las personas que
piden a Jesús derrame en sus corazones la Promesa del Padre. Muchos señalan
este momento como definitivo en su conversión al Señor. Otros lo describen como
la puerta que les ha abierto un mundo nuevo en su vida espiritual y todos
hablan de un encuentro con Jesús vivo. Quienes han recibido esta Renovación de
su iniciación cristiana comienzan a tener una nueva visión de las cosas de Dios
y de su Iglesia, una fuerza poderosa para testificar a Jesús en todas las
circunstancias de su vida, un profundo sentido comunitario y responsabilidad
por cada uno de los miembros de la misma, en fin, una apertura a toda la gama
de los dones y frutos del Espíritu Santo.
Por eso, pues, la
experiencia que esta Renovación Carismática está ofreciendo a toda la Iglesia
es incalculable, pues proviene de la misma fecundidad del Padre, de la
fidelidad del Hijo y del poder y amor del Espíritu Santo a través de los
instrumentos humanos que Él quiere usar. La cizaña que pueda haber sido
plantada por un enemigo no debe hacer caer en la tentación de querer segar
antes del tiempo oportuno, ya que se pueden cortar también las espigas. Ciertamente,
esta experiencia de la Renovación Carismática, volviendo a las fuentes de la
evangelización primitiva, y basada más que nada en el poder intrínseco de la
Palabra y la fuerza del testimonio, animados ambos por el amor del Espíritu
Santo, están renovando la Iglesia, construyendo el Cuerpo de Cristo, para la
gloria del Padre.