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viernes, 25 de abril de 2025

KERIGMA TEMA 11. CRECIMIENTO Y TRANSFORMACION EN CRISTO


 Objetivo del tema: El recién nacido debe dejar crecer la vida de Dios en él.

Hemos sido como niños recién nacidos, criaturas nuevas en Cristo Jesús. Lo peor que nos podría pasar ahora, seria quedarnos niños y no crecer.

Si nacimos en Cristo, ahora crezcamos en él hasta su estatura. Esto no significa otra cosa que dejarnos inundar más y más por la vida de Dios, que su gracia nos vaya transformando y que Cristo crezca mientras nosotros disminuimos (Jn 3,30).

Dios no ha terminado su trabajo con nosotros. Apenas si lo ha comenzado. Su plan es que nosotros reflejemos el rostro de Cristo, así como Cristo refleja el suyo. Dios necesitó un solo segundo para perdonarnos, pero necesita toda nuestra vida para transformarnos. Es una tarea continua; un proceso.

En la ciudad de Taxco hay muchos plateros que hacen verdaderas obras de arte con todo tipo de artículos de plata. Cuando un obrero está trabajando una bandeja del metal, la tiene que pulir y pulir hasta que su rostro se refleje con toda claridad y nitidez en la misma. De esa misma manera es la obra de Dios en nosotros. Él nos va puliendo y purificando hasta que en nosotros se refleje el rostro de Cristo.

Así pues, de manera sencilla podemos decir que el crecimiento en Cristo, es ir siendo más Jesús, más llenos de su Espíritu; dejar que Él ame, sirva y testifique a través de nosotros. En fin, que crezca la vida de Jesús en nosotros.

Este crecimiento se manifiesta de dos maneras:

A.- Viviendo las bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas no son mandamientos ni obligaciones. Son el Evangelio puro. Es la obra de santificación que el Espíritu va haciendo en nuestra vida. Leer Mateo 5,1-12.

— Los pobres de espíritu: No actúan buscando riquezas ni intereses egoístas. Al contrario, están dependiendo sólo de Dios y están totalmente disponibles para servir al hermano.

— Los mansos. Ellos poseen los bienes materiales según el orden divino; sin codicia ni violencia, pero con la fortaleza que les hace responder con tranquilidad y firmeza a las situaciones de pecado.

— Los que lloran: A la luz de Dios captan la grandeza y la miseria del hombre, y, por tanto, la profunda necesidad que existe de salvación en la sociedad y sus estructuras, clamando por un mundo nuevo.

— Los que tienen hambre y sed de justicia: Pero no solo de la justicia humana, sino que buscan y trabajan eficazmente por la justicia de Dios que no está basada en la ley sino en el amor. Promotores activos de todo lo bueno, justo y honorable, para que el hombre llegue a ser lo que Dios quiere en el orden económico, político y cultural.

— Los misericordiosos: Haciendo suyas las miserias de los demás, los comprenden y pueden dar pasos efectivos para remediarlas.

— Los puros de corazón: Siendo libres de los criterios mundanos y los intereses partidistas o egoístas, para establecer los valores evangélicos en cualquier ambiente o estructura.

— Los buscadores de paz: Siembran frutos de justicia y de paz, proclaman palabras de vida, actúan con poder, destruyen las obras de pecado y colaboran a instaurar la paz mesiánica que es el cúmulo de todas las bendiciones de los tiempos nuevos.

— Los perseguidos: Si al Justo Cristo le persiguió el mundo injusto y sus secuaces, al siervo le pasará lo mismo que a su amo. Pero esto no hará sino crucificarlo con Cristo para absorber en su carne el mal que corrompe a la humanidad y de esa manera liberar el mal que pervierte las relaciones de los hombres.

Pero, ¿Quién puede hacer todo esto? Nadie, ciertamente. Es imposible para las fuerzas del hombre, aunque tenga buena voluntad, y comprometa en ello todos sus esfuerzos. Sin embargo, es posible para Dios. Esto es lo que Él quiere en nosotros. Fiel es quien nos ha llamado, quien ha iniciado en nosotros la obra, Él la terminará. ¿Qué es lo que nos toca a nosotros hacer? El segundo paso:

B. —Viviendo la fe

Sabiendo lo que Dios quiere y puede hacer en nosotros, debemos lanzarnos a actuar conforme a lo que creemos. La fe o se vive, o se pierde; o se vive, o no es fe.

La fe se debe manifestar en hechos y circunstancias concretas. Si nosotros sabemos y creemos que Dios quiere hacernos vivir las Bienaventuranzas hemos de lanzarnos en fe a vivirlas, apoyados en sus promesas, llenos del poder de su Espíritu, seguros que nuestra Iimitación no es más grande que su Poder.

Dios nos pide dar pasos en la fe, y si caminamos en fe veremos la Gloria de Dios, es decir, la salvación en todos los campos de la vida humana. Entonces seremos testigos de que suceden cosas mucho más allá de las débiles fuerzas de los hombres. Sólo si creemos y vivimos lo que creemos, veremos las maravillas de Dios.

Lo importante es creerle más al Señor que a los criterios mundanos manifestados en la televisión, la prensa, el internet o el decir de la gente. Y porque le creemos confiamos plenamente en Él y dependemos sólo de la Fuerza que viene de lo Alto, su Santo Espíritu, para llevar a cabo la obra que a los ojos del mundo parece locura, pero que manifiesta la sabiduría de Dios.

La fe es certeza en Dios y en su fidelidad. Es seguridad en sus promesas. Es vivir conforme a lo que creemos y tener la experiencia de la fidelidad de Dios que cumple sus promesas. Esta fe se vive en todos los ámbitos de la existencia humana y sus relaciones con la creación: en el terreno personal, comunitario y social, en el área política y económica, en los aspectos laborales y religiosos. En fin, en toda la vida y en cada momento. 

María, modelo de crecimiento en Cristo

— Ella es la esclava del Señor que se dejó modelar por el Espíritu Santo. El poder del Altísimo la cubrió con su sombra y formó en ella a Cristo.

— La bienaventurada por vivir de la fe, la confianza y el abandono total a la voluntad de Dios.

— La que sirve a los necesitados: Isabel, los novios de Cana, el discípulo amado...

— La que está siempre con Jesús y bajo Jesús, colaborando en la obra de la salvación.

— La que permanece junto a la cruz de su Hijo.

— La que ora y se abre al Espíritu en Pentecostés.

— La bienaventurada, no por lo que ella hizo por el Señor, sino por las maravillas que hizo en ella el Todopoderoso.

Cristiano no es el que dice: "Señor, Señor", sino el que cumple con la voluntad de Dios. Cristiano no es el que se dice tal, sino el que deja a Cristo vivir en él y llega a decir: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí: Gal 2,20.


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